Tercera de las películas dentro de la XIII MUESTRA DE CINE del ATENEO DE CÓRDOBA (dedicada al cine español reciente). De la directora Isabel Coixet.
SINOPSIS
El frío; la gran virtud y el mayor problema de Nadie quiere la noche es el frío. Ese frío que Coixet siempre busca combatir con el fuego de los sentimientos. La directora nunca ha tenido miedo de dejarse arrastrar por el fango de las emociones; aunque, en esta ocasión, los sentimientos a flor de piel de sus protagonistas –la siempre inmensa Juliette Binoche, y la japonesa Rinko Kikuchi– se arrastran más bien por la nieve que cubre el Ártico. Nadie quiere la noche arranca con la
absurda y desagradable caza de un oso por parte de una no menos absurda cazadora, la elegante y audaz exploradora Josephine Peary en manos de Binoche, chic en medio de la sangre derramada. Peary se basa en un personaje real, la esposa de Robert Peary, uno de esos hombres no menos absurdos de principios de siglo que competían por ser el primero en pisar el Polo Norte. El hombre (al que nunca vemos) lleva tiempo fuera y Josephine, como buena esposa, lo
quiere recuperar. Con el aliento épico de un viaje enloquecido arranca, pues, esta historia que acabará por instalarse en la intimidad de un claustrofóbico iglú en medio de esa noche larga y fría que nadie quiere, de la que habla el enfático título del filme. Ahí transcurre el mano a mano entre Binoche y Kikuchi. Coixet estrecha el paisaje entre ambas; el foco se reduce y el campo se limita. Así se acaba la épica y nos instalamos en la lírica de dos mujeres frente a frente: el meollo
del asunto. Peary es como si fuera el reverso de Robinson Crusoe. El héroe de Daniel Defoe se apodera de la naturaleza y la doblega. Perry/Binoche por el contrario, debe liberarse del peso de la civilización y entregarse a la naturaleza para, de paso, entender un poco mejor su propia vida. Lo que en Robinson es afán civilizador, en Nadie quiere la noche es desprendimiento de una cultura que amordaza a la mujer y la ata. Estamos, pues, ante un momento íntimo entre dos
formas de ser que debería elevar la temperatura emocional. Pero a pesar de la gran labor de Binoche que es un volcán cuando quiere –y a uno le parece que quiere siempre–, del
encontronazo de esos dos mundos tan diferentes, de ese canto a la naturaleza y a liberación que es Nadie quiere la noche no acaban de saltar chipas suficientes para que prenda el incendio emocional. Si acaso, momentos aislados de calor. Acaba así por imponerse el frío en uno, y hay que conformarse con rescoldos de emoción.