Viernes 27 de noviembre
Hora: Apertura de puertas 21:30h / Inicio 22:00h
Precio: Entrada Anticipada 17€ + gastos de gestión (Taquilla 20€)
Entradas anticipadas en Malaparte, Hangar y Kiosko Kiosco Tendillas Camacho
Prohibida la entrada a menores de 18 años
Como sabe que uno siempre es rehén de lo que odia y dueño de lo que admira, a Leonor Watling le gustan los libros de Pedro Salinas, José Hierro, Wislawa Szymborska, Jaime Gil de Biedma, Paul Valéry o Ángel González, y las canciones de Leonard Cohen, Kiko Veneno, Paolo Conte, Radiohead, Fito Paez, Tom Waits -que le puso a su grupo el nombre de Marlango en su canción «I wish I was in new Orleans» – o Joan Manuel Serrat, en el que descubrieron que también se puede escribir sobre el optimismo; y aunque parezca mentira todo eso se nota en este primer trabajo de la banda en español, que en estos tiempos de crisis, mientras llueve miedo líquido sobre todas las ciudades del planeta, además de abandonar el inglés y arriesgarse a hablar en su propia lengua, tiene el atrevimiento de titularse ni más ni menos que Un día extraordinario. Y no por casualidad, porque es un disco con una carga positiva tan evidente que las tres primeras palabras que se le vienen a uno encima después de escucharlo son optimismo, vitalidad y alegría. La cuarta es sorpresa, porque las canciones que van apareciendo están llenas de destellos, se mueven de sitio según las oyes y te saltan a la espalda una y otra vez, además de intentar ser como aquel ángel de un cuento de Borges que podía volar a la vez hacia el norte y hacia el sur, porque si por un lado suenan radicalmente contemporáneas, por otro tienen un aroma clásico. Y así algunas te recuerdan que no han olvidado a Tom Waits, que se sentiría como un pez en el agua si cantase «Bailando sin querer llegar», y otras te hacen saber que han conocido a algunos amigos de Fito Páez, quien una noche después de un concierto, entró en su camerino para preguntarles por qué demonios no miraban menos hacia Londres y más hacia José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas o Quintero, León y Quiroga, y les retó a que hicieran una canción como «Si yo fuera otra», que ahora que ya existe todo el mundo creerá recordar de toda la vida cuando la escuche por primera vez: «Ser la sed que no termina, / lo que esconde cada esquina, / el rubor de tu mejilla, / la que espera en la otra orilla,/ ser la dueña de esa sed, / ser la espada y la pared (…) Convertirme en tu guarida, / ser el corte de tu herida, / ser el juez y la condena / y la cura de tu pena.» Un disco es una diana, y esta canción ha dado en el número diez.
En el nueve están otras que saben ser exquisitas sin caer en la bisutería de la elegancia, como «Bailando sin querer llegar», que entre otras muchas cosas es un buen lema para artistas como Leonor Watling, Alejandro Pelayo y Óscar Ybarra, que aunque muchos pudiesen creer lo contrario en su momento, porque en este mundo siempre hay más gente dispuesta a hundirte el barco que a echarte una mano con los remos, no están aquí de paso sino con la intención de quedarse; o «Dame la razón», que es otra manera de volver a decir por primera vez que cuando uno busca la felicidad no pide que le tengan cariño, sino que lo quieran, que le hagan perder el equilibrio para que pueda conservar la estabilidad: «Dame razones / para olvidarlas, / mueve mi falda, / dame un porqué. / Dame un regalo / envenenado, / dame tormentas, / déjame arder.» Quizás acordándose de aquello que decía Bob Dylan de que le gustaban las canciones que sonaban «a mercurio salvaje», la voz con algo mineral en el fondo de Leonor Watling el piano de Alejandro Pelayo, la trompeta de Óscar Ybarra y las guitarras, los vibráfonos, la batería, los banjos, dobros o contrabajos que tocan ellos y Toni Brunet, Vicent Huma, David González, Julian López y Ricardo Moreno, caen como plata líquida sobre esa letra. La producción a la vez sofisticada y cruda de Suso Sáiz y el hecho de que las canciones se hayan grabado al viejo estilo, en directo y con todos los instrumentos a la vez, le da credibilidad al sonido y lo hace más cercano.
Un buen disco es como una buena novela, tiene que tener un personaje que cruce por las canciones y les deje su huella encima, y en Un día extraordinario esa protagonista es la mujer que habla en «Bocas prestadas», en «Exquisita», que te busca los pies con una euforia de banjos y contrabajos y te hace correr detrás de ella como quien persigue en broma a sus hijos por un parque, o «Lo que sueñas vuela», que es un modo de homenajear al poeta Paul Valéry, que escribió para ella un consejo que siempre tiene presente pero nunca había obedecido con la eficacia con la que lo ha hecho es Un día extraordinario: «sé leve como el pájaro y no como la pluma.» Es decir, no te dejes llevar por el viento y elige tú mismo el rumbo. Las dos cosas ocurren en este disco, bien resuelto porque estaba bien planeado, y viceversa. Cuando su música se acaba, uno se siente bien, entiende que las buenas canciones son una medicina para el espíritu y tiene ganas de volverlas a oír. Se lo merecen, por traer un poco de luz y sol a la oscuridad que nos amenaza.
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